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miércoles, 24 de abril de 2024 00:39h.

La pandemia de los actos de fe, la lotería y el marketing

Sí, hay un virus que afecta especialmente a personas mayores con patologías previas que está llenando más de lo habitual nuestros hospitales en una sanidad pública muy maltratada y escasa de recursos materiales y humanos. Y es posible que solo por estos dos detalles estén justificadas la mayoría de las medidas y restricciones que se están tomando, pero más allá de eso no me pueden negar que hay muchas cosas que no se sostienen, y aceptamos pulpo como animal de compañía y decimos que el emperador está vestido porque no nos queda más remedio.

Y es que llevamos desde el inicio de la pandemia con un acto de fe detrás de otro. Para empezar se trata de un virus nuevo, desconocido, imprevisible, pero no nos cuentan más que una mínima versión de lo que sucede.

En el mundo científico hay un enconado debate sobre el asunto, lógico por otra parte, siendo un virus nuevo, pero solo se acepta una versión científica, la oficial, aunque el señor Simón haya cambiado de versión más veces que de jersey, no importa porque es nuestro experto oficial. Así, desde el principio nos pidieron un acto de fe con las PCR, nos han dicho que son lo mejor para diagnosticar la enfermedad y tenemos que creérnoslo, aunque la mayoría de los que detecte sean falsos positivos y cada semana salga un nuevo estudio científico que cuestiona la validez del método como diagnóstico. Luego vino la teoría de los aerosoles, única forma de justificar lo de los asintomáticos, y otro acto de fe nos piden para que creamos que los asintomáticos son muy contagiosos, aunque no parece haber estudio científico serio que lo demuestre, y si muchas evidencias y algún que otro estudio (Wuham, a casi 10 millones de personas) que apuntan a que no es así. Tanto o más de lo mismo con las mascarillas, otro acto de fe para aceptar que si no la llevas puesta en todo tiempo y lugar te contagias seguro.

Otro acto de fe porque tampoco en este caso parece haber estudios científicos que corroboren la necesidad de llevar mascarillas al aire libre en ambientes limpios y saneados. Bien habría valido con dejarla para centros sanitarios y lugares cerrados muy concurridos, pero no, había que implantarla a todo el mundo, incluidos los niños, con el daño psicológico que este tapabocas perpetuo puede provocar en los menores. Es un virus muy peligroso, nos dicen, aunque los tozudos y fríos datos nos digan que en torno al 90% de los fallecidos son ancianos con patologías previas. Otro acto de fe por tanto, que también nos creemos por el beneficio de la comunidad.

Y el último y mayor acto de fe que nos piden es el de la vacuna, hemos de creer en ella cómo  en el maná, aunque no haya pasado todos los plazos habituales de cualquier vacuna, aunque introduzcan material genético nunca antes aplicado en ninguna vacuna, aunque no se haya probado suficientemente en ancianos con patologías ni en personas que reciben tratamientos con otros medicamentos, con la farmacéuticas firmando sospechosas exenciones de responsabilidad en caso de que algo ocurra y multitud de científicos recomendando no correr tanto. Nada de eso importa, hay que confiar en nuestros gobernantes, nos dicen que es la única salida, como nos dijeron en su día que había armas de destrucción masiva en Irak, pero no las había, y lo vinimos a saber cuando yo era tarde. Paradojas del destino, hemos de creer a nuestros políticos, cuando "político" y "verdad" son términos manifiestamente antagónicos. Y hemos de creer con un acto de fe detrás de otro, cuando -y aquí otra paradoja- hace ya mucho tiempo que se nos llevó de la mano del capitalismo hacia sociedades cada vez menos espirituales y devotas.

Y así andamos, convertidos a la fuerza en unos obedientes y perfectos creyentes, obligados a jugar ahora a la lotería de una vacuna de la que nos andan diciendo que hay cierto riesgo, una cosilla de nada, un 5 o un 10 %, habrá gente que quede fatal, con daños graves, y algunos es posible que también mueran como consecuencia de la inyección, pero no importa, en la vida hay que arriesgarse, hay que jugar, será divertido. Cierto que nada de esto sería posible, ni esta nueva religión ni los macabros juegos de azar que lleva aparejada, sin el tercer elemento básico y fundamental en toda sociedad capitalista que se precie: el marketing. Por suerte tenemos en nuestro país a la mayor maquinaria de propaganda y marketing que se conoce a este lado del mundo, que no es otra que el PSOE. Primero fue el lenguaje bélico con alusiones a una supuesta batalla que íbamos a librar todos como buenos patriotas, y también desde el principio el monopolio casi absoluto de la versión oficial de la pandemia en todos los medios de comunicación, vendiéndonos lo terrible del virus, las bondades de la vacuna y lo malos que son los ciudadanos que  no cumplen los nuevos mandamientos, con un resultado muy satisfactorio para los intereses de nuestros gobernantes, pues nos tienen a todos asustados aceptando lo que venga convertidos muchos en improvisados policías inquisidores al acecho de nuestros propios vecinos.

Lo peor de todo es que me he esforzado por creer sin ver, pero me resulta imposible, porque hace tiempo que deje de creer en religiones y asumir actos de fe. Tristemente, solo creo en el ser humano y en su bondad natural, aunque en épocas como esta pareciera que se ha marchado de vacaciones junto con la verdad y el sentido común.

Y acabo con lo que me decía el otro día un amigo sorprendido por mis repetidas discrepancias con la versión oficial de la pandemia: "ojalá no te toque y te veas entubado", me advertía. Lo cierto es que cumplo con todas las medidas impuestas en cuanto a mascarillas, higiene y distancia, aún sin creer demasiado, y no habría por tanto de tocarme. Si fuera ese el caso los religiosos dirían que es cosa de providencia divina, yo en cambio lo vería como el precio que hay que pagar por vivir una vida completa y coherente, consolado por saber que al menos no me mató el miedo.

 

Eloy Cuadra, escritor y activista social.