La sociedad en que vivimos, en pleno siglo XXI, donde la pandemia del COVID-19 y sus consecuencias, reflejadas en restricciones, limitaciones de movimiento o confinamientos, han creado un estado de excepción, donde se ha coartado la capacidad de relacionarse personalmente, tan vital en los seres humanos. Si unimos la digitalización, con sus buenos frutos, pero también, con sus innegables peligros, ya que nos envuelve, condiciona y crea hasta adicción, haciéndonos perder el tiempo y vivir permanentemente conectados artificialmente, hace que se olvide o mejor dicho, se rechace el diálogo presencial, desechando la tradicional costumbre de hablar, pero sobre todo, de escuchar, que se está perdiendo, si ya no se ha olvidado.