Como nuestra cultura tiene una prisa enorme por dejar atrás las malas noticias –guerra de Ucrania, emergencia climática, alza de precios, desplome económico– no me extrañó que desde el 1 de octubre algunos centros comerciales ya exhibieran la artillería navideña, los arbolitos, los adornos, como si el consumo que viene nos pudiera anestesiar de las contradicciones. A pesar de que habrá menos alumbrado, qué prisa tenemos por quemar la vida. Pero también hay que pararse a reflexionar de vez en cuando, por eso en sendos vuelos a Bucarest y Ammán iba pertrechado con libros de autores en el ejercicio de su madurez. Los nombres prestados, de Alexis Ravelo, y Mediodía eterno, la última novela de Santiago Gil, que ganó el Pérez Galdós este año.