Caída de Al Asad, entre la euforia y la incertidumbre
Bashar Al Asad, pese a ser oftalmólogo, no ha tenido buena vista y no vio venir su fugaz derrocamiento, 24 años después de suceder a su padre en el poder -estuvo este otros 29, hasta la entrada de este siglo- , por un grupo de rebeldes que llegaron desde Alepo a Damasco en menos de 48 horas sin encontrar resistencia de un ejército en descomposición, buena parte de él huido a Iraq. En apenas dos días, unos rebeldes sin apoyo externo ni militar, lograron lo que durante trece años no obtuvo la cruenta guerra civil.
Al dictador sirio le han dejado solo Irán y Rusia, sus protectores desde la primavera árabe, aunque Putin le acogió en asilo a él y a su familia, tras huir de Damasco en avión.
Muchos celebran la caída del causante de una guerra civil (desde 2011) que deja seiscientos mil muertos y más de 12 millones de sirios entre desplazados y refugiados. Ahora vendrá la manera de poner orden entre los rebeldes, un potaje de islamistas, miembros de Al Qaeda y kurdos enfrentados a Turquía. Puede que Siria haya pasado de Guatemala a Guatepeor.
Siria es un enjambre de etnias musulmanas que no entienden de democracia, como casi todos los países árabes guiados por el Corán, y desgraciadamente en la tierra de mi abuelo paterno puede volver a pasar lo siempre, que muerto (metafóricamente en este caso) el dictador, se descomponga el estado o el país, como ocurrió en Libia con Gadafi y en Iraq con Saddam Hussein. Ojalá me equivoque y los sirios pueda presumir de serlo, dentro de un país milenario con la ciudad (Damasco) más antigua del mundo.