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jueves, 18 de abril de 2024 02:51h.

Libertad personal

La sociedad en que vivimos, en pleno siglo XXI, donde la pandemia del COVID-19 y sus consecuencias, reflejadas en restricciones, limitaciones de movimiento o confinamientos, han creado un estado de excepción, donde se ha coartado la capacidad de relacionarse personalmente, tan vital en los seres humanos. Si unimos la digitalización, con sus buenos frutos, pero también, con sus innegables peligros, ya que nos envuelve, condiciona y crea hasta adicción, haciéndonos perder el tiempo y vivir permanentemente conectados artificialmente, hace que se olvide o mejor dicho, se rechace el diálogo presencial, desechando la tradicional costumbre de hablar, pero sobre todo, de escuchar, que se está perdiendo, si ya no se ha olvidado. 

El aislamiento digital, produce un individualismo, que hace perder el interés por lo societario. Así hay una apatía generalizada por la intervención y participación en la vida pública, que se demuestra en la escasa participación electoral en las distintas elecciones, con elevada abstención o en la incapacidad de la Sociedad Civil de fortalecerse, hacerse oír y liderar el protagonismo que le corresponde, abandonándolo en los políticos o funcionarios, que desde arriba, quieren dirigir a la Sociedad, desde posicionamientos ideológicos radicales, populistas o demagógicos, en lo que se llama el pensamiento único.

Se entra por la vereda de lo políticamente correcto, o por el contrario, se está expuesto a recibir insultos, descalificaciones e incluso, en la desacreditación personal o profesional, que todo vale, para mantener a la gente dentro del rebaño. Hay que rebelarse contra esta imposición, que quiere imponernos la pasividad, participando activamente en el devenir de todo lo que nos interesa. Sumando, aportando y siendo proactivos, es decir, poniendo en valor la libertad individual. Eso que les da miedo y pánico a los totalitarios, por muy progresistas que se disfracen. 

Hay que construir una cultura del encuentro, del acercamiento, de la discusión razonada. Sobre todo, poniendo dos claves para que sea posible, la primera, la escucha, prestando atención a lo que se oye, atendiendo con ganas de aprender o de saber todas las opiniones contrapuestas, para después contestar con juicio cierto. Lo segundo, saber ceder, porque cuando hay negociaciones, si vamos con la intención de imponer nuestros propios criterios, sin posibilidad alguna de cambio, ya estamos fallando desde el principio, entorpecemos el acuerdo. Cuidado, porque tampoco se trata ser cándido, ceder en lo que es posible, pero sin conceder en lo que es primordial.  Por lo tanto, es poner en práctica la prudencia que nos permite distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello, porque como dice el filósofo y sociólogo alemán Jürgem Habermas: “lo que se necesita más bien es un juego de argumentación, en el cual razones motivantes reemplacen argumentos definitivos”.

Es conveniente estar presente, además activamente, en los problemas del mundo en que vivimos, no podemos permitirnos el lujo o la comodidad, de ser sordos o mudos, ante las circunstancias que nos rodean, escamoteando nuestra responsabilidad civil, dejando que otros piensen y actúen por nosotros, entregándoles gratuitamente nuestra libertad, porque sería una verdadera cobardía, además de un fracaso personal. Cada cual, según su forma de ser o de pensar, tiene mucho que contribuir al bien común. Las diferencias son saludables, la unidad, ante cualquier asunto, no significa la uniformidad de las ideologías dictatoriales populistas, que nos quieren como masa informe infantilizada y no como personas maduras y pensantes, con autonomía y buen razonar. El filósofo Aristóteles planteó un adagio certero: “sólo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo”. Volvamos a recuperar el consenso, que tan buenos resultados dio en la Transición Española que, al fin y al cabo, es el acuerdo más fructífero.

 

Oscar Izquierdo

Presidente de FEPECO