Amor a la guerra
Tal y como marca la prisa, acudí puntual a la cita con la Guerra. Allí estaba, esperándome como una novia antigua a la que no esperaba volver a ver. Nada más llegar me reconoció y enseguida me di cuenta que esa vieja perra sabe engancharme por mucho tiempo que haya pasado desde la última vez. Hola otra vez, me soltó sin inmutarse - parecía que nunca nos habíamos separado- me alegro de que hayas venido, no esperaba menos de ti. Con cuantos amantes habrás estado vieja, medité mientras acercaba mis labios a su piel fría.
Entendí que adivinaba mis pensamientos, me leía la mente y su rictus estalló en risotada, de verdad que seguía aparentando tener 20 años la muy zorra. Aquí me ves, me soltó, yo no he cambiado y veo que tu tampoco.
Bueno -me atreví a llevarle la contraria- yo no soy el mismo después de haber vivido con Paz, me enamoré de ella, pero todo pasa y ahora has regresado vieja, supongo que la mataste solo para estar conmigo. Como me conoces y que tonto eres, me gusta hacerla sufrir primero, que sepa que no podrá vencerme nunca y que nuestro amor permanecerá porque tarde o temprano todos me necesitan, inútiles que creían haberme olvidado. Me estás dando náuseas, le contesté serio, dime rápido lo que quieres y lo haré, muéstrame la identidad de mis enemigos e iré a por ellos, cualquier causa será razón suficiente para ejecutar tus órdenes, vieja Guerra mía.
Bien, así me gusta, la verdad es que siempre me sentí atraída por ti, tonto, eres especial y la buenista de Paz no es más que una sosa sin agallas, la voy a enterrar debajo de una montaña de silencio en un lugar que solo yo conozco. Dame la mano y caminemos. Sí vieja, caminemos juntos.