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lunes, 24 de marzo de 2025 01:09h.

Cosas de niños

Para conocer, pero, sobre todo, para comprender mejor a alguien, hay que viajar hasta su niñez. Las vivencias en esa etapa tienen una enorme influencia en cómo nos comportamos en la edad adulta. La forma de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás viene marcada en gran medida por el trato que recibimos durante la crianza. Una educación severa, la sobre protección o el abandono por parte de los progenitores, moldean nuestras emociones y el modo de gestionar alegrías y penas.

El grado de tolerancia a la frustración y la capacidad de resiliencia determinan nuestras reacciones, si somos asertivos o intolerantes o, mejor dicho, si el niño que llevamos dentro sonríe o se encuentra triste y enfadado debido a los traumas de la infancia que nos acompañarán siempre.

Los grupos humanos y la identidad que adquieren, llámese pueblo, ciudad o nación, reflejan la conciencia de lo aprendido, miedos y anhelos, la fragilidad del niño que fuimos y la tiranía de ese ser pequeño que crece a base de superar obstáculos. El descubrimiento de la imperfección de nuestros padres se proyecta en nuestra propia imperfección y en la imagen que ofrecemos a nuestro entorno. En la actual globalidad, hay muchos niños y niñas ocupando puestos de responsabilidad en gobiernos y empresas, también en ayuntamientos, asociaciones vecinales y en el mundo de la cultura. Sabiendo esto, habría que odiar menos a una persona, simplemente por sus opiniones personales sobre esto y aquello, porque es probable que la que opina sea su niña, la que sufrió y continúa sufriendo internamente.

Este recurso de la violencia indiscriminada que inunda las redes sociales y pervierte la conversación pública acaba imponiendo la rabia del niño y su continua insatisfacción. En el colegio nos insultábamos y peleábamos, y esa realidad transitoria parece haberse apoderado por completo de nuestra comunicación.