El valle de Fátima
La alcaldesa Fátima Lemes ha terminado de romper amarras con el pasado mediante una brusca poda en el equipo de gobierno aronero. Si lo observamos con cierta perspectiva, esta es la continuación de lo sucedido en las pasadas elecciones, cuando una nueva Arona parecía emerger de la ruina política conjugando la experiencia y el conocimiento de Más x Arona, junto con la adhesión táctica de Coalición Canaria a un proyecto que alejaba el fantasma del menismo y ofrecía un pacto refrescante a corto plazo pero llamado a una segunda mutación como se ha visto ahora.
Lo sucedido en Arona no es tan extraño a tenor del funcionamiento actual de la política líquida, tal y como adjetivó la modernidad el filósofo Zygmunt Bauman, acuñando un término definitorio de este tiempo volátil, en el que inestabilidad e incertidumbre crean y destruyen de forma constante nuestro extraño mundo. Las mayorías absolutas son una rara avis y la habilidad para forjar consensos de larga duración en una política tan fragmentada, choca con la testarudez de quienes abusan de una visión utilitarista del poder.
En otras palabras, gobernar exije un esfuerzo extra por parte de todos los implicados en las tareas de gobierno, si se quiere evitar la ruptura de esa convivencia en un municipio tan tradicionalmente acostumbrado a las guerras cainitas. Dirán con razón que en Arona llueve sobre mojado y que otra vez se mira por los intereses partidistas o que los celos políticos, quizás por protagonismos mal entendidos y peor explicados, acaban perjudicando a una ciudadanía que acaba por no creer en nada ni en nadie.
A pesar de lo anterior, la legislatura continúa, el urbanismo de las pasiones también, y Fátima y su equipo de jardinería política tendrán que demostrarse a sí mismos, con una mayoría incierta o incluso quedándose en minoría, que las semillas de su exótico liderazgo germinarán en un valle que sea de flores y no de lágrimas.