Gris
En La Vanguardia, el filósofo alemán Peter Sloterdijk afirma que el gris es el color de la contemporaneidad por su carácter volátil y que fuimos la primera inteligencia artificial desde que empezamos a utilizar un lenguaje ajeno al de la naturaleza. Ese salto evolutivo llevará al post humano a autorrealizarse en un Dios creador, lo mismo que plantea el historiador Yuval Noah Harari en su ensayo “Sapiens, de animales a dioses” y que ya avanzó en 1956 el célebre escritor de ficción Isaac Asimov, con el cuento titulado “La última pregunta”.
En cuanto al presente, Sloterdijk reflexiona sobre la insatisfacción generalizada que aqueja a nuestra sociedad y que, por ejemplo, ni siquiera se puede asegurar que los propietarios de grandes yates se encuentren realmente satisfechos, a no ser que estén en buena compañía, para rematar el himno al gris de la superficialidad. Es muy contradictoria la imagen que proyectamos de nosotros mismos respecto a como nos sentimos de verdad por dentro.
En modo de sobreexposición continua, la búsqueda de la comodidad material y la constante necesidad de cumplir los deseos de forma inmediata, provoca un malestar interior que se oculta en el vacío interior generado por esas demostraciones de felicidad mentirosa. Hoy se milita en el sueño de vivir en una zona vip que nunca cierra. Fama y dinero son la meca de los que creen que eso les salvará del conflicto consigo mismos y que el gris metálico evitará la dureza de enfrentarse a otros colores, emociones que solo exhiben su primera capa al público que no conoces pero que te sigue, aunque tampoco te conozca.
La inteligencia artificial, nuestra prolongación, se identifica con ese gris sin brillo, aséptico, como un Dios omnipotente e infalible que no reconoce sus errores mientras dirige entornos virtuales, mundos enteros, mi YO, ser supremo que elimina los sentimientos que le hagan parecer vulnerable.