Una inteligencia nada artificial
China acaba de meterle un gol a EEUU en la actual guerra tecnológica con la sorprendente irrupción de Deepseek, una inteligencia artificial (IA) que abarata su entrenamiento aprovechando los desarrollos de sus rivales. La lucha por la hegemonía científica, militar o religiosa es una constante a lo largo de la historia de las civilizaciones. La única diferencia radica en que el campo de batalla se traslada al big data y a la capacidad de los algoritmos para ofrecer al usuario toda la información que busca a cambio de invadir su intimidad.
Un nuevo paradigma que repite el patrón de cualquier afán imperialista, la obsesiva pugna por el control de la realidad. La IA gana en velocidad de aprendizaje, pero replica modelos basados en nuestra percepción subjetiva, incluyendo el uso de la censura sobre ciertos temas.
Los programadores informáticos están obligados a firmar acuerdos de confidencialidad y a definir parámetros siguiendo los criterios del que paga. Verás lo que quiero que veas y creerás lo que quiero que creas, el axioma híper moderno que imita los objetivos que guían a los que anhelan poder económico y político como símbolo de dominación. Lo que motivó a faraones, reyes y emperadores se aplica en las mega corporaciones al servicio de una visión absolutista del conocimiento.
Nuestra concepción del mundo fue y sigue siendo sesgada y la manipulación ideológica en las redes sociales genera un estado de ánimo inducido por la dictadura de la opinión. Si todo está escrito, este enorme salto evolutivo no hace sino reescribir el instinto de las tribus fuertes que eliminaban a las débiles tras obtener ventaja competitiva al haber sabido innovar mejor y más rápido.
El mito imaginado de una conciencia artificial que sustituye a la humana implica que la IA tendrá plena libertad para mentir, robar y matar a nuestra imagen y semejanza.