Otra Arona es posible
Arona me recuerda al realismo mágico que destiló Gabriel García Márquez en “Cien Años de Soledad”, su universal novela ahora versionada en Netflix con una adaptación que trata de emular a duras penas la portentosa narrativa del escritor colombiano. En el centro de la historia se sitúa Macondo, un pueblo fundado en un lugar recóndito, que sufre cambios inevitables y los sucesivos conflictos por el poder que amenazan la convivencia y resquebrajan su identidad. Desencuentros y tensiones también palpables en el proto paraíso aronero, exotismo del sur profundo en el que algunos locos plantaron la semilla de una revolución social y económica sin precedentes.
Muchos años después, habría que recuperar el impulso de aquellos orígenes, cuando el proyecto de municipio forjaba la ilusión de los primeros pasos que dieron políticos valientes y visionarios como Manuel Barrios, junto al sentido de la oportunidad de inversores que asumieron el riesgo de apostar por un paraje alejado de todo.
Ese empuje iniciático fue colocando las primeras piedras de una Arona, que al igual que Macondo, experimentó la particularidad de conectar con lo que sucedía en el mundo exterior, hasta acabar tejiendo vías de comunicación, lo que supuso un atractivo enorme para visitantes que seguirían llegando en masa. La agradable y contradictoria extrañeza de esa relación inesperada hizo que Arona se enganchase a la complejidad que conlleva el progreso.
Una sociedad rural que prácticamente se autoabastecía de sus propios miedos y esperanzas se dedicó con ardor a urbanizar el futuro que devino en este presente lleno de retos y obstáculos a superar. En estos momentos, persiste el deseo de que Arona continúe anclada en el pasado reciente, un grave error que conduciría a la perdida de ventaja competitiva en una coyuntura que demanda liderazgos fuertes. La inútil judicialización retrasa y bloquea cualquier atisbo de salida a una situación convertida en la zona de confort de una oposición que practica la anti política y cuyo principal mérito consiste en insultar a la inteligencia.
Muchos años después, como en aquel Macondo imaginario que conoció al alquimista Melquíades y a las maravillas que allí sucedieron, habrá de cerrarse el capítulo de las mentes que trajeron oscuridad e imaginar que la Arona del siglo XXI aún es posible.