"Somos ayer"
De nada sirve esconder la cabeza en un agujero para no escuchar a Netanyahu en la ONU. Sus palabras son bombas arrojadas desde el ayer que dibuja su gesto sombrío, pues todo es ayer en él. Pero no es el único supuesto líder afectado por esta pandemia mundial consistente en equiparar la supervivencia política personal con la del país. En el ángulo opuesto permanece Irán, que mantiene una amistad férrea con el mismo ayer, porque el ayer, aunque petrificado, quiere perpetuarse, tiene miedo de quedarse atrás, rechaza perder su influencia, su poder.
Miro a la pantalla del televisor y compruebo como el ayer se cuela en el zapping con una rápida sucesión de imágenes, concursos, tertulias, programas del corazón, películas, publicidad y vuelta a empezar la rueda de homenajes al ayer que se reproduce a sí mismo, aunque adopte fórmulas que parecen actuales. Y en las pasarelas de moda, discursos y relatos que ya fueron enunciados en el pasado por personas que vestían ideas de las que no logramos desembarazarnos. La memoria es una trampa que nos tiende el ayer para que caigamos en ella y hace inútiles los esfuerzos por superar lo ocurrido anteriormente.
Los conflictos enquistados nunca se resolverán desde la perspectiva del ayer que sigue ahí, expectante, y que reaparece a la mínima oportunidad que se le presenta. Entretenidos con estéticas que fabrican nuevos ayeres, mantenemos contratos educativos, sociales, políticos y económicos que siguen las pautas de antaño, y la guerra se reinventa como motor humano frente a la anomalía que supone una paz demasiado larga.
Regresa el ayer a las portadas y la conversación se siente atraída por la fuerza del odio que respiramos, pasiones que vienen de muy lejos y que no cambiarán el ayer que somos, salvo que decidamos matarlo con nuestras propias manos.