Sueña 2024
Me asomo a la ventana y veo alejarse el cadáver del 2023, vestido de smoking con tacones altos. Alrededor de la mesa, el rito familiar hace veloz recuento de miserias y famas, en agónica competición hacia las doce uvas que brindan por un después.
Explota el champán en burbujas derramadas como sangre inocente, manchas de guerras sucias que alguien tendrá que limpiar de nuestro mantel.
En la tele, emiten un falso directo y música enlatada, pero la euforia de la ocasión exige felicidad. Cierro los ojos y sueño que viajo a un mundo alternativo en el que poder naufragar. Mi inconsciente navega sin rumbo hasta la isla invisible, roca errante que se aparece entre brumas. Camino por una playa infinita y diviso tres crestas montañosas alzadas como las velas de un barco. Mis pies sienten el calor de su piel de arena brillante bajo un sol salado.
Despierto bruscamente y observo a las personas, que hace un momento eran todo besos y abrazos, convertidas en pantallas estimulantes y geolocalizadas, seres-máquina, piezas esclavas de una sofisticada cadena. Trato de escapar de la jauría humana y regreso al sueño de mi isla nómada, el mito necesario. Paraíso imaginado como territorio libre de muros y alambradas, sin leyes oprimentes al servicio de intereses ajenos.
No existen relojes que midan el tiempo, nadie se inventó el dinero, ni religiones ni dioses que adorar, solo el respeto a la naturaleza que somos. Noticias de lluvias torrenciales y olas de calor nunca vistas me llegan del exterior, la emergencia climática progresa adecuadamente. Pero la fiesta consume la noche ahí fuera y escucho los gritos vomitados por el alcohol y las drogas, consuelo para las almas fugitivas que se esconden de esta realidad.
La ciudad despierta otro amanecer, cuando el silencio se apodera del aire. Y sueño con mi isla perdida, 2024.