Tenerife colapsada
El tránsito de la pandemia fue un espejismo de carreteras vacías. Tenerife sufrió un cero turístico, el consumo energético disminuyó considerablemente y la interrupción del suministro eléctrico dejo de ser una amenaza. El volumen de residuos era menor y con la actividad económica paralizada, aquel fue un tiempo perfecto para hacer la tarea por parte de nuestras administraciones.
Solo había que adelantarse y planificar de antemano lo que iba a ocurrir cuando se acabase el confinamiento, las mascarillas y la vuelta a la normalidad. Recuerdo el mes de enero de 2020, andaba yo desesperado en una cola en dirección al norte y otra vez en la autopista del sur.
Ni siquiera se trataba del desastre eterno de la TF-5 o del follón en el tramo Chafiras-Los Cristianos porque el problema ya había escalado. Entonces, llegó el COVID y todo eso se olvidó.
Ahora estamos en diciembre de 2023 y la situación esta muchísimo peor. Para recorrer pocos kilómetros, hay que calcular el doble o el triple de tiempo si quieres llegar al trabajo, al hospital, al colegio, al aeropuerto o a tu casa.
Cualquier desplazamiento es un suplicio y el transporte público gratuito apenas logra paliar el caos circulatorio. Además, se teme que se produzca un apagón, ya que la infraestructura es insuficiente y está obsoleta.
Respecto a la basura que producimos, podemos presumir de muchos puntos negros de vertidos fecales que rivalizan con las deficiencias en hospitales inacabados, la aún no ejecutada ampliación y mejora de la red viaria y un plan con visión inteligente a corto, medio y largo plazo para diseñar la movilidad del futuro.
No vale echarle la culpa a la cantidad de población o a la llegada masiva de turistas. Debemos reflexionar sobre nuestro modelo de desarrollo y limitar la capacidad de carga, pero el atraso que padecemos es responsabilidad de un histórico colapso político.