I.- Cuando el sufrimiento propio eclipsa al ajeno. A cada activista social lo mueve algo en concreto, y a mí desde los inicios, desde que tuve que sacar del mar a jóvenes africanos muertos allá por finales del siglo pasado, siempre me movió el sufrimiento injusto y absurdo de tanta gente inocente. Tras los africanos vinieron las personas sin hogar, los ancianos, los niños, los abandonados por la sanidad, las madres precarias, los desahuciados, y así un largo etcétera, y fui tirando convencido de que algo hacíamos y de algo servía, pero hoy el sufrimiento propio, el físico, por unos cuantos achaques que arrastro por la edad, y el anímico, por tantos y tantos años de recibir ataques y críticas, casi cada día, a cada poco, alcanzan un nivel que me hace muy difícil continuar, porque es un dolor más grande que el dolor ajeno que siempre me movió.