DISFRAZADOS PARA ENGAÑAR O LA FALACIA PROGRESISTA
Denominarse progresista es tener ganada la aceptación mayoritaria de esa parte de la sociedad profundamente ideologizada; porque dan por bueno, dentro del pensamiento único y como consecuencia excluyente en el que están envueltos, que significa tener actitudes e ideas avanzadas. Incluso así lo define una acepción del Diccionario de la RAE.
Tiene esa carga positiva, con aureola romántica, que implica su conversión en defensores de causas perdidas, difíciles, preferentemente sociales o periféricas. Desde una legitimidad que se arrogan sin ninguna justificación ni racional, ni numérica, pasando por un buenismo infantiloide, sumado a una buena carga de soberbia, llegamos al arquetipo de progresista intocable, que está por encima del bien o del mal o de todo cuanto no sea su particular punto de vista.
Están convencidos que siempre tienen la razón, porque es imposible que se equivoquen, los demás son los que andan continuamente extraviados. Todo lo que no sea su manera de pensar, hay que ridiculizarlo, atacarlo peyorativamente, denigrarlo e incluso judicializarlo.