Recuerdo los tiempos en que los extranjeros llegaban a los pueblos rurales de la isla, miraban y cuando algo les gustaba ponían un asombroso fajo de billetes sobre la mesa. ¿Cómo se iba a resistir aquella pobre gente cuya vida había sido pastorear cabras, hacer queso, criar cochinos y gallinas, esperar la lluvia que salvara la cosecha, si le estaban ofreciendo una gran cantidad de dinero por la vieja casa, por el corral, por la tierra escasa donde cultivaban papas y algún frutal? Y de qué manera se beneficiaban los alemanes cuando el cambio de su moneda era infinitamente favorable frente a la débil peseta. Años después, cuando Cubillo y su movimiento independentista, en las carreteras aparecían pintadas: No vendas tu isla al extranjero. Era la resistencia numantina, a lo Tanausú. Pero a los de fuera les gustaba la isla, y fueron estableciéndose.