Hay profesiones y ocupaciones peligrosas en sí mismo, otras más calmadas, además de las muy arriesgadas. También hay que destacar las que podríamos denominar “valientes” y en ese ámbito tenemos que poner la del promotor inmobiliario, por todas las trabas, pegas, tardanzas y contratiempos que tienen que soportar en el ejercicio de su ocupación profesional, principalmente por parte de una Administración Pública que, en vez de ser ayudadora, que es su deber, se convierte en estorbadora, que es su defecto principal. Lo que define la actividad promotora actualmente, es la incertidumbre constante porque sus proyectos, que nacen con una planificación muy precisa y estudiada hasta el mínimo detalle, después se encuentran con persistentes obstáculos en el camino, donde los tiempos se dilatan desesperadamente, los plazos son imposibles de cumplir por cuestiones ajenas a la gestión propia y las inversiones se quedan en el limbo, al albur de resoluciones burocráticas que casi nunca llegan en tiempo y forma.