Llevo once meses investigando las relaciones entre el feminismo y el islam, dos semanas encerrada redactando el texto definitivo y necesitaré otras cuatro. Obviamente, un libro no resolverá la catástrofe que se nos viene encima, pero al menos servirá para cantarle cuatro frescas a todas las feministas que, ya sea por panfilismo, cobardía e irresponsabilidad (feministas ilustradas, hegemónicas con el PSOE hasta la llegada de Podemos), ya sea por falta de escrúpulos, sectarismo e ignorancia (feminismos antirracistas, dominantes a día de hoy), están legitimando con sus discursos la penetración en Europa del islam realmente existente, sosteniendo desde sus cátedras universitarias que el problema más grande al que se enfrentan las mujeres musulmanas en Europa no es el patriarcado islámico, sino la islamofobia, el racismo y el sexismo estructural que articula nuestros respectivos Estados. Y eso por no hablar del llamado feminismo islámico, que no se predica en términos aconfesionales, laicos o ateos, sino desde posiciones proselitistas de fe religiosa militante y están decididamente impulsados por los grupos autopercibidos como «progresistas».