Canarias, una reluciente silla vieja
Debajo del brilli brilli del turismo y la mejoría en los datos del paro, asoma una economía subtropical en el archipiélago que tiene argumentos para ser más rico y sin embargo sigue siendo pobre. Esa es la realidad de la desigualdad sistémica de ocho sillas atlánticas amarradas política y culturalmente sobre el mismo mar. En plena expansión demográfica, se estrecha este espacio de convivencia entre canarios y residentes no canarios que, o bien se sientan en sillas de oro o directamente no tienen silla para sentarse.
El diálogo que mantienen ciudadanos y empresas con las administraciones públicas se asemeja al día de la marmota, pues cada gestión se repite a sí misma, sin que nada ni nadie rompa el hechizo paralizante que nos condenó a una ineficiencia consentida y criticada a partes iguales.
El porcentaje de población acomodada sestea y se ofende porque los inmigrantes respiran el aire que les pertenece y la exigua sociedad civil grita interminables quejas en el chat de grupo, pero actúa como un convidado de piedra al que le encanta ser invitado por la clase política a reuniones y caterings.
El resto de la peña sobrevive adherida a las patas de la silla subvencionada mientras recibe las ayudas religiosamente, porque quien puede trabajar en el sur si no hay vivienda y quien puede vivir en el sur con el sueldo que pagan por trabajar. Se celebran encuentros en los que se habla de oportunidades y progreso sostenible, pero se apunta que alguien debería arreglar la movilidad de la silla.
La baja productividad de una economía basada en el sector servicios deja una limosna en forma de impuestos que, aparentemente, no alcanza para asumir infraestructuras mucho más que urgentes, tampoco da para planes de modernización y rehabilitación de la silla vieja que reluce como un paraíso de traseros apoltronados.