Un presidente no acompañado
Mucho ha llovido desde que el pibe de La Laguna llegó a ser alcalde de la ciudad del adelantado. La ascensión política de Fernando Clavijo bebió de la fuente inagotable de su mentora, Any Oramas, en una carrera paralela que llevó a su discípulo hasta la presidencia del Gobierno de Canarias mientras ella se convertía en una diputada peleona del Congreso en Madrid. Dos claros ejemplos de que la política esta hecha para maratonianos karatecas capaces de resistir los embates de una profesión poblada de mediocres.
En su primera etapa como presidente canario, Clavijo nunca dejo de parecerse al pibe que fue, pero su paso por el frío lagunero de la oposición durante el gobierno floral, aceleró la madurez en las canas de un luchador tranquilo que aprendió a esperar tras el desalojo de Coalición en cabildos y ayuntamientos.
Ahora, este Fernando rocoso carga el modo canario en la mochila cuando viaja a la capital de las mentiras para vivir las aventuras de un Quijote macaronésico que pretende desfacer entuertos. En esas reuniones kafkianas, idénticas a las anteriores y a las siguientes reuniones, Clavijo adopta una frialdad combativa de pico y pala hasta que alguien se canse de escucharlo y decida repartir a los miles de menores inmigrantes hacinados en nuestras singulares islas.
En verdad que el mismo parece un superviviente llegado de la ultra periferia en un cayuco volante sin más compañía que la soledad acentuada por la presencia corpórea de Ángel Víctor Torres, ex presidente canario y ministro sanchista del yo quiero salir en la foto, pero no pinto nada. Conversaciones que giran sobre la misma conversación, esta vez va a ser que sí. O a lo mejor todavía no.
Clavijo aguanta lo que le echen y donde lo pongan, como un menor no acompañado. Madrid, Bruselas, Mauritania o, agüita, en el refrescante debate sobre la nacionalidad canaria.