Cuando vuelva Leonor
Zarpar en un velero tiene ese algo de romanticismo en la despedida del muelle que la ve partir en un agitar de gorras y manos que dicen adiós. En el caso de una princesa perteneciente a la generación Z para la que han fabricado una imagen acorde al deseo de supervivencia de una institución monárquica soberanamente prescindible, debe resultar una experiencia iniciática ver alejarse el puerto que se va haciendo pequeño mientras el océano la rodea de babor a estribor.
Cinco meses de travesía, pues el 5 y su rima definen la trama, que pasará en un transcurrir disciplinado que nada tendrá que ver con el ciclón de sucesos en la tierra mal llamada firme.
Leonor surcará los mares, con la cadencia de las olas, haya calma o tormenta, como una nave espacial en un espacio tiempo diferente. La prisa no es buena consejera, le habrán explicado los asesores palaciegos, majestad, observe y espere, sobre todo paciencia.
En el mar, las cosas se aprecian de otro modo, mirar la puesta de sol mueve a reflexiones profundas, esos pensamientos que asaltan a Leonor que duda sobre el sentido de su misión en la vida, en medio de una pesadilla en la que aparecen Franco y Sánchez soplando una tarta coronada por dos velas que hacen un 50. Despierta Leonor sofocada en sudor, trata de recordar lo que le han contado de la dictadura, porque nadie de su edad lo sabe, aunque tampoco les importa, por mucho que Sánchez se empeñe en resucitar un fantasma caducado.
Cinco meses navegando equivalen a 100 mil días en el ruido de tantos bulos como realidades parecen existir, respecto a la rutina del buque Elcano, donde no hay verdades alternativas, solo compañerismo y la soledad de Leonor que se pregunta si el muelle seguirá siendo el mismo cuando vuelva.